Renta Básica para las Artes en España (RBA-E): Libertad, Dignidad y Justicia Cultural
No pedimos privilegios, sino condiciones de posibilidad. — Grupo de Trabajo Renta Básica para las Artes (RBA-E) / Technologies To The People™
Toda libertad necesita un suelo donde sostenerse.
— Hannah Arendt, La condición humana, 1958
Introducción
Nos dirigimos a la sociedad desde el lugar más frágil de la cultura: el taller que no puede pagar la luz, el escenario que se desmonta solo, la página que se escribe con una mano mientras con la otra se factura la supervivencia. Venimos de un territorio donde el arte se celebra en los discursos, pero se castiga en la vida real; donde la obra viaja por el mundo mientras su autor busca trabajo temporal; donde la palabra “vocación” ha servido demasiadas veces como coartada para la explotación.
Durante décadas se nos dijo que el arte era un espacio de libertad. Pero ¿qué libertad puede existir cuando la urgencia económica decide qué se puede decir, cuándo y a cambio de qué? ¿Qué autonomía puede tener quien depende de convocatorias inciertas o de un mercado que premia la complacencia estética por encima de la disidencia? La precariedad no es una condición romántica: es una forma de censura estructural.
Nosotros —artistas, mediadores, técnicos, escritores, trabajadoras culturales— reivindicamos un cambio de paradigma. No pedimos ayudas puntuales ni privilegios sectoriales. Pedimos una infraestructura pública de libertad, un suelo estable desde el que crear, disentir e imaginar. Pedimos que el arte deje de ser el lujo residual de quienes pueden permitirse el riesgo y se convierta, por fin, en un derecho social compartido.
La Renta Básica para las Artes (RBA-E) nace de esa necesidad urgente: garantizar las condiciones materiales de la libertad creativa. No es un gesto simbólico ni una utopía lejana: es una política pública viable, empíricamente contrastada y éticamente necesaria. Su propósito es corregir un fallo de mercado que subvalora la creación y sobreexplota a quienes la producen; pero también es, en un sentido más profundo, un acto de justicia cultural: reconocer que la imaginación es trabajo y que toda sociedad democrática tiene la obligación de sostener a quienes la piensan, la narran y la transforman.
En los últimos años hemos asistido a una paradoja dolorosa: España se enorgullece de su riqueza cultural, de su proyección internacional, mientras mantiene a buena parte de su comunidad creadora en una economía de subsistencia. El prestigio simbólico convive con la precariedad material; la visibilidad mediática, con la invisibilidad administrativa. El Estado celebra los logros de sus artistas, pero no garantiza su derecho a vivir de su trabajo.
La RBA-E no surge como un capricho teórico, sino como respuesta a una evidencia que ya nadie puede negar: el mercado cultural es un sistema disfuncional, incapaz de redistribuir de manera justa el valor que genera. El arte produce externalidades positivas —cohesión social, salud mental, identidad colectiva, innovación simbólica— que benefician al conjunto de la sociedad, pero que no son remuneradas. En términos económicos, eso se llama fallo de mercado; en términos humanos, injusticia estructural.
Nuestro propósito es claro: reemplazar el paradigma de la subvención competitiva por el de la confianza institucional; sustituir la precariedad intermitente por la estabilidad creativa; pasar de una cultura administrada desde la escasez a una política cultural basada en la dignidad.
El arte no puede florecer allí donde la vida es mera supervivencia. — John Berger, 1972
El diagnóstico: una cultura sostenida por la precariedad
España presume de cultura, pero no sostiene a quienes la hacen posible. La industria turística se alimenta de nuestra creación simbólica; las instituciones culturales exportan la identidad nacional como valor de marca; y sin embargo los cuerpos que producen ese capital simbólico viven al borde del colapso.
El 46,9% de los artistas españoles percibe menos de 8.000 € anuales por su trabajo, y más del 60% vive por debajo del salario mínimo. La mayoría combina varios empleos: producción intermitente, docencia, montaje, restauración, trabajos por encargo. El resultado no es pluralidad, sino fragmentación: una vida profesional troceada en la que la creación queda relegada al tiempo que sobra.
El Estatuto del Artista, aprobado en 2022 y revisado en 2024, introdujo avances innegables —reducción del IRPF, prestación por desempleo cultural, compatibilidad entre pensión y creación—, pero sigue sin abordar el núcleo del problema: la ausencia de una renta estructural de subsistencia. Mientras tanto, las cotizaciones del RETA penalizan la irregularidad de ingresos y obligan a muchos a trabajar en la economía informal.
El sistema de subvenciones, lejos de compensar la desigualdad, la reproduce. Premia a quienes dominan el lenguaje administrativo y disponen de tiempo y recursos para presentar proyectos; deja fuera a quienes no pueden sostener la burocracia o a quienes crean desde la periferia social o geográfica. La meritocracia cultural es, en realidad, una maquinaria de exclusión.
La precariedad, además de injusta, opera como mecanismo de control. No hace falta censura cuando el miedo a no llegar a fin de mes basta para domesticar la imaginación. El artista que depende de la aprobación institucional o del éxito comercial modula su discurso: evita el conflicto, dulcifica la crítica. La precariedad económica se convierte así en una forma de censura silenciosa, una violencia estructural que limita el derecho a la disidencia estética y política.
La Renta Básica para las Artes es, ante todo, una política de emancipación. Desacopla la supervivencia del mercado y otorga a los creadores la posibilidad real de decir no: no a la explotación, no a la autocensura, no a la servidumbre del gusto institucional.
Al garantizar un ingreso basal estable, el Estado deja de ser un mecenas que otorga favores y se convierte en un garante de derechos. La RBA-E no pide fidelidad estética ni ideológica: pide confianza en el trabajo del pensamiento y la creación.
La libertad de crear no se decreta; se construye materialmente. — Silvia Federici, 2018
La Renta Básica para las Artes (RBA-E) parte de una premisa sencilla pero radical: la creación artística es un bien público y un derecho cultural.
No pertenece sólo a quienes la producen ni a quienes pueden pagar por consumirla; pertenece al conjunto de la sociedad porque el arte genera pensamiento, comunidad y sentido. Y como todo bien público —la educación, la sanidad, la investigación científica—, necesita ser sostenido colectivamente.
Desde la economía pública, la cultura produce externalidades positivas: beneficios sociales que no se reflejan en los precios de mercado. Cada exposición, cada película o cada libro amplía el horizonte simbólico de la ciudadanía, mejora el bienestar psicológico y refuerza la cohesión social. Pero esos beneficios no son remunerados. El mercado cultural es un ecosistema donde la rentabilidad se concentra en los intermediarios, no en quienes crean valor simbólico. El resultado es un desequilibrio estructural que perpetúa la desigualdad y expulsa del sistema a quienes no pueden sostener el coste del tiempo.
La intervención pública, por tanto, no es una excepción sino una obligación democrática. Si el Estado financia la educación porque educar beneficia a todos, también debe financiar la creación porque imaginar beneficia a todos. No se trata de un subsidio paternalista, sino de una política redistributiva de derechos culturales: garantizar a cada ciudadano el acceso a la producción simbólica y a quienes producen esa riqueza la posibilidad de hacerlo con dignidad.
En 2021, la UNESCO, en su Recomendación sobre la Condición del Artista, afirmó:
“El desarrollo cultural de un país depende del bienestar material, social y espiritual de quienes crean.”
La RBA-E responde a ese mandato: asegurar las condiciones materiales del pensamiento crítico, la invención simbólica y la diversidad cultural. Garantizar un ingreso básico a los artistas no es una concesión: es un acto de soberanía cultural. Porque una sociedad que cuida a sus creadores invierte en su propia capacidad de imaginar el futuro.
La igualdad no es un punto de partida, sino una práctica. — Jacques Rancière, 1990
El mundo del arte ha sido históricamente un laboratorio de desigualdades.
La figura del genio solitario y libre es una construcción romántica que oculta las estructuras de clase, género y raza que determinan quién puede arriesgar, fracasar o ser escuchado. La supuesta neutralidad del mérito funciona como cortina ideológica: invisibiliza el privilegio que permite asumir el riesgo sin perder el sustento.
Cuando una joven artista racializada, una madre con cuidados a su cargo o un creador proveniente de entornos obreros intentan sostener su práctica sin red económica, el sistema no les exige talento: les exige resistencia. Esa exigencia perpetúa la exclusión estructural, define quién puede ocupar el espacio simbólico y quién queda fuera de él.
La RBA-E actúa como una herramienta de igualdad sustantiva. Redistribuye el riesgo creativo, permitiendo que la investigación, la disidencia o el fracaso dejen de ser privilegio de los cuerpos con capital económico y simbólico. Financia el tiempo improductivo —la espera, la investigación, el error— que el mercado desprecia pero del que depende toda innovación estética. Por eso la RBA-E no subvenciona productos, sino procesos. No premia el resultado: garantiza la posibilidad.
La igualdad que proponemos no es uniformidad, sino diversidad. El arte necesita voces múltiples, lenguajes en conflicto, tensiones irresueltas. La renta básica no busca domesticar esa pluralidad, sino hacerla posible. Solo cuando las condiciones materiales se igualan puede florecer la diferencia simbólica.
Una política cultural del siglo XXI debe proteger la capacidad de imaginar. — Parlamento Europeo, Resolución sobre el Estatuto del Artista, 2023
La RBA-E se inscribe en un horizonte más amplio: el de la democracia cultural.
Una democracia que no garantiza la libertad de expresión económica —la capacidad real de decir, de investigar, de cuestionar— está incompleta. No hay ciudadanía plena sin acceso a la imaginación colectiva.
El arte no necesita privilegios; necesita justicia estructural. Y la justicia, en el siglo XXI, se mide también en tiempo y estabilidad. Garantizar tiempo para pensar y seguridad para vivir no es un lujo: es la condición misma de la libertad. Por eso la RBA-E es más que una política cultural; es una política de derechos humanos.
Las políticas culturales tradicionales han estado atrapadas entre dos errores: por un lado, tratar el arte como industria que debe justificarse en términos de rentabilidad; por otro, considerarlo un lujo que depende de la generosidad pública. Ambas visiones reducen el arte a mercancía o a ornamento.
La RBA-E propone un tercer camino: entender la cultura como infraestructura social. Así como las carreteras permiten mover mercancías, la cultura permite mover significados. Sin esa red simbólica, ningún país puede pensar su propio porvenir. El arte no es gasto: es infraestructura del sentido.
La política más inteligente es aquella que invierte en el tiempo. — Informe Basic Income for the Arts, Irlanda, 2024
La idea de garantizar un ingreso estable a quienes crean no es una fantasía utópica; es una práctica probada.
En los últimos años, tres experiencias —Irlanda, Nueva York y Alemania— han demostrado que sostener el trabajo artístico no sólo es posible, sino rentable y transformador.
Irlanda: dignidad convertida en política En 2022 el Gobierno irlandés puso en marcha el Basic Income for the Arts (BIA): 2 000 artistas seleccionados por sorteo, 325 euros semanales durante tres años. Los resultados fueron contundentes: los beneficiarios dedicaron once horas más por semana a la práctica creativa que el grupo de control; invirtieron 250 euros adicionales al mes en materiales y espacios de trabajo; la ansiedad y la depresión se redujeron en 16 puntos porcentuales; la tasa de abandono artístico en el grupo de control casi se duplicó, mientras que entre los receptores permaneció estable. Por cada euro invertido, el retorno social estimado fue de 1,39 €.
El informe oficial del Ministerio de Cultura concluyó:
Garantizar el tiempo de crear es la inversión más productiva que puede realizar un Estado.
Irlanda entendió algo que el resto de Europa apenas empieza a asumir: la seguridad es la nueva condición del riesgo. Cuando el miedo desaparece, florece la audacia. Cuando la urgencia económica se retira, la imaginación ocupa su lugar natural: el del riesgo, la crítica, la invención.
La cultura es una infraestructura de bienestar. — Creatives Rebuild New York, Informe de Impacto 2025
Tras la pandemia, el Estado de Nueva York impulsó el programa Creatives Rebuild New York (CRNY), financiado con 125 millones de dólares por fondos públicos y privados.
Durante 18 meses, 2.400 artistas recibieron pagos garantizados. No fue caridad: fue una reconstrucción del tejido simbólico tras la catástrofe social.
Los resultados: – Un 19% de aumento en las horas dedicadas a la creación. – Una reducción del 19% en la inseguridad alimentaria. – El 75% de los artistas cuidadores reportaron una mejora sustancial en su equilibrio vida-trabajo. – El 91% afirmó sentirse “reconocido como trabajador esencial”.
El informe final resumía la lección:
El ingreso garantizado transforma al artista de superviviente en agente de cohesión.
El modelo neoyorquino demostró que la alianza entre Estado y sociedad civil puede sostener políticas culturales mixtas siempre que se mantengan tres pilares: incondicionalidad, estabilidad y confianza.
Cuando el ingreso es seguro, el trabajo se transforma. — Basic Income Earth Network (BIEN), Estudio sobre Alemania 2024
En 2021, Alemania inició un experimento de Ingreso Básico Universal (Pilotprojekt Grundeinkommen).
Durante tres años, 122 personas recibieron 1.200 euros mensuales. El resultado fue inequívoco: lejos de “dejar de trabajar”, los participantes eligieron empleos más afines a sus vocaciones, invirtieron en formación y reportaron mayor bienestar.
Alemania cuenta, además, con una infraestructura pionera: la Künstler Sozialkasse, que desde 1983 permite a los artistas cotizar como autónomos con aportaciones del Estado. El modelo demuestra que el reconocimiento institucional de la especificidad del trabajo cultural no genera dependencia, sino profesionalización y retorno fiscal.
Estos tres casos —Irlanda, Nueva York y Alemania— convergen en una lección: la estabilidad económica es el prerrequisito de la libertad creativa. No existe evidencia de que la renta básica reduzca la productividad; al contrario, aumenta la innovación, el bienestar y la diversidad cultural. Las políticas culturales deben medirse por su capacidad para crear condiciones, no para evaluar productos. La renta básica no selecciona ganadores: redistribuye el derecho a crear.
No se trata de cuánto cuesta el arte, sino de cuánto nos cuesta prescindir de él. — Montserrat Moliner, Sin Permiso, 2021
Las experiencias internacionales comparten un hilo común: la rentabilidad cuantificable de la dignidad.
Por cada euro invertido, la sociedad obtiene más productividad, más innovación, más salud mental, más cohesión. Pero hay algo que no se puede medir en euros: la expansión de la libertad.
Una renta básica artística no sólo redistribuye recursos; redistribuye el derecho a imaginar. Devuelve a la cultura su condición de bien común, rompe el círculo de la precariedad heredada y abre un horizonte donde el arte deja de ser excepción para convertirse en estructura.
Las instituciones no deben domesticar el arte, sino garantizar el suelo donde pueda ser libre. — Informe sobre Democracia Cultural, Parlamento Europeo, 2023
La Renta Básica para las Artes en España (RBA-E) no es una imitación de modelos extranjeros: es una consecuencia natural de nuestra propia historia cultural.
España posee un capital simbólico extraordinario y, sin embargo, un sistema que empobrece a quienes lo sostienen. Si Irlanda demostró que la renta básica artística multiplica la productividad, nosotros tenemos la oportunidad de demostrar algo aún mayor: que el arte puede convertirse en una política de Estado.
El Estatuto del Artista abrió una puerta jurídica; la RBA-E puede convertirla en estructura. El primero regula la condición laboral; la segunda garantiza la condición vital. El primero reconoce derechos; la segunda los hace posibles.
El arte no es una profesión más: es el laboratorio donde una sociedad piensa su tiempo. Sostenerlo no es un acto de mecenazgo, sino de responsabilidad pública. Por eso decimos que la RBA-E no financia obras, financia tiempo. Y financiar tiempo es invertir en libertad.
No basta con proteger el trabajo del arte; hay que proteger el tiempo del arte. — Art for UBI Manifesto, 2021
El modelo que proponemos se basa en cinco principios fundamentales: incondicionalidad y estabilidad, compatibilidad, equidad territorial, sostenibilidad y democracia cultural.
La incondicionalidad garantiza que el ingreso no dependa del éxito ni de la obediencia burocrática, sino del reconocimiento de la creación como trabajo socialmente necesario.
La compatibilidad asegura que los beneficiarios puedan combinar la renta con otras fuentes de ingresos, evitando que la ayuda desincentive la actividad. La equidad territorial busca corregir los desequilibrios históricos entre el centro y la periferia, llevando recursos a zonas rurales y comunidades autónomas. La sostenibilidad se basa en la evaluación científica y en un pilotaje riguroso. Y la democracia cultural defiende que la RBA-E no es una ayuda a una élite, sino una política redistributiva que amplía el derecho a crear.
Las cifras son frías hasta que muestran una vida sostenida. — Informe CRNY, 2025
El coste del piloto, estimado en 43 millones de euros anuales, equivale al 0,02% del presupuesto estatal.
La extensión a 20.000 beneficiarios supondría unos 288 millones al año, apenas un 0,05% del PIB. El retorno social y fiscal, según las proyecciones basadas en Irlanda, superaría el 65%. Cada euro invertido regresaría al sistema en forma de consumo local, cotizaciones, inversión cultural y ahorro sanitario.
Las fuentes de financiación pueden articularse sin dificultad estructural:
– Presupuestos Generales del Estado, a través del Ministerio de Cultura y Deporte. – Canon cultural digital aplicado a plataformas tecnológicas, streaming e inteligencia artificial generativa que utilicen obras culturales sin compensación. – Fondos europeos de transición digital, innovación y cohesión territorial. – Reasignación parcial de subvenciones competitivas hacia una línea estable de financiación directa. – Colaboración con comunidades autónomas y ayuntamientos, que podrían cofinanciar la implementación territorial.
El impacto fiscal neto sería mínimo. Pero el impacto simbólico sería incalculable: convertiría la precariedad en estabilidad, la dependencia en autonomía, la excepción en norma.
El bienestar de los artistas es una medida del bienestar de la democracia. — Declaración de la UNESCO, 2021
Con la RBA-E, el Estado deja de actuar como mecenas que reparte favores y se convierte en garante de la libertad creativa.
El apoyo público deja de depender de la obediencia estética o de la rentabilidad inmediata: se institucionaliza como derecho ciudadano.
El arte no necesita tutela; necesita confianza. La RBA-E confía en la inteligencia y la responsabilidad de los creadores. Los libera de la lógica de la supervivencia para que puedan dedicarse a lo que la sociedad más necesita: imaginar otras formas de vivir juntos.
El Estado gana legitimidad cuando protege no sólo los cuerpos, sino también las ideas. Y la cultura se fortalece cuando quienes la sostienen pueden vivir sin miedo.
Por eso afirmamos que la RBA-E no es una política cultural, sino una política democrática. Garantiza la infraestructura material del pensamiento, sostiene la posibilidad del desacuerdo y devuelve a la cultura su función crítica frente al poder.
España tiene ahora la oportunidad de convertirse en referente europeo de justicia cultural. Un país que paga por imaginar no es un país que malgasta; es un país que se respeta.
La imaginación es un territorio político. — Ursula K. Le Guin, 2014
Conclusión: sostener las condiciones de la libertad
Toda sociedad decide, en cada época, a quién sostiene y a quién deja caer. La Renta Básica para las Artes (RBA-E) no es sólo una herramienta económica: es una declaración de valores. Afirma que el arte no es un lujo decorativo, sino una necesidad vital; que la imaginación es tan esencial como la educación o la salud; que la creación no es un privilegio individual, sino un bien común.
Reivindicamos el derecho a imaginar sin miedo, a pensar sin censura económica, a fracasar sin condena. Queremos un país que no mida la cultura por su rentabilidad inmediata, sino por su capacidad de transformar la vida. Queremos un Estado que entienda que la cultura no vive en los edificios, sino en los cuerpos que la sostienen.
Nuestra propuesta no es asistencialista: es constituyente. No plantea una excepción para el arte, sino un precedente para un nuevo contrato social donde el trabajo cultural, el cuidado y la investigación compartan una misma base de dignidad. Comenzar por las artes es comenzar por el lenguaje, por el lugar donde los significados se reinventan y las formas de vida se ensayan.
Sabemos que la RBA-E no resolverá todos los problemas del sector. Pero abrirá un horizonte de posibilidad donde hoy hay precariedad. Convertirá la urgencia en tiempo, el miedo en libertad. Y hará visible lo que tantas veces se ignora: que sin artistas no hay democracia que imaginar.
El arte no reproduce lo visible, sino que hace visible. — Paul Klee, 1920
Epílogo: una política del tiempo y del cuidado
Hablamos desde una conciencia colectiva: la de quienes han sostenido la cultura desde la fragilidad cotidiana. Sabemos que crear no es don ni heroísmo: es trabajo. Y todo trabajo merece condiciones dignas.
Defendemos una política del tiempo, porque el tiempo es el bien más escaso del siglo XXI. Defendemos una política del cuidado, porque la cultura también cuida. Cuidar a quienes imaginan es cuidar la salud simbólica del país.
Imaginamos un futuro en el que una joven artista en Murcia, un músico en Lugo o una performer en Tenerife puedan dedicarse a su práctica sin elegir entre la luz del estudio y la factura del alquiler. Imaginamos un país donde el Estado no administre la escasez, sino garantice la posibilidad. Donde el arte no sea una excepción, sino una estructura. Donde la imaginación deje de ser privilegio y se convierta en bien común.
Porque la libertad no se declama: se garantiza. Y porque cuando un artista no tenga que justificar su derecho a vivir de su trabajo, la democracia española será más justa, más completa y más libre.
Referencias bibliográficas seleccionadas
Andújar, Daniel G. “El privilegio de romper: arte, disidencia y desigualdad estructural.” Technologies To The People™ Archive, 2025.
https://danielandujar.org/2025/07/12/el-privilegio-de-romper-arte-disidencia-y-desigualdad-estructural/
Basic Income Earth Network (BIEN). German Basic Income Pilot Study Results. Berlín: BIEN, 2024.
Berger, John. Ways of Seeing. Londres: Penguin, 1972.
Federici, Silvia. El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo. Madrid: Traficantes de Sueños, 2018.
Government of Ireland, Department of Tourism, Culture, Arts, Gaeltacht, Sport and Media. Basic Income for the Arts Pilot Scheme — Interim Report 2024. Dublín: Government of Ireland, 2024.
https://www.gov.ie/en/department-of-culture-communications-and-sport/publications/basic-income-for-the-arts-pilot-scheme-reports/
Institute of Radical Imagination. Art for UBI (Manifesto). Venecia / Berlín: Institute of Radical Imagination, 2021.
https://www.neroeditions.com/art-for-ubi/
Klee, Paul. Schöpferische Konfession. Múnich: Bauhaus Verlag, 1920.
Moliner, Montserrat. “Cultura y renta básica: con la renta básica podríamos decir no.” Sin Permiso, 2021.
https://www.sinpermiso.info/textos/cultura-y-renta-basica-con-la-renta-basica-podriamos-decir-no
Parlamento Europeo. Resolución sobre el Estatuto del Artista y los Trabajadores Culturales en la Unión Europea. Bruselas: Parlamento Europeo, 2023.
Rancière, Jacques. Le Désaccord: politique et philosophie. París: Galilée, 1990.
UNESCO. Recomendación relativa a la Condición del Artista. París: UNESCO, 1980.
Visual Artists Ireland / Creatives Rebuild New York. Impact Report 2025. Nueva York: Creatives Rebuild New York, 2025.
Grupo de Trabajo Renta Básica para las Artes (RBA-E) / Technologies To The People™ Madrid–Barcelona, octubre de 2025