“No pedimos privilegios. Reclamamos condiciones de posibilidad.”
1) El presente
Vivimos una paradoja: nunca se ha consumido tanta cultura y, sin embargo, quienes la producen viven en la precariedad.
El sistema cultural ha normalizado la intermitencia, la competición y la autoexplotación.
Se premia la visibilidad, no el trabajo sostenido.
La innovación se exige sin garantizar los medios que la hacen posible.
En ese contexto, la Renta Básica para las Artes no es una utopía:
es una respuesta racional a una anomalía sistémica.
2) La cultura como trabajo
El arte no es una excepción. Es trabajo, pero también pensamiento, investigación y cuidado.
Su valor no reside solo en el resultado —una obra, una exposición, un evento—,
sino en el tiempo socialmente necesario para pensar, crear y conectar.
Garantizar ese tiempo no es caridad; es democracia económica.
3) El contexto político
España ha avanzado con el Estatuto del Artista y la Mesa Sectorial.
Pero falta un paso decisivo: reconocer el derecho a la continuidad de la práctica.
Mientras la economía creativa se convierte en marca, el trabajo artístico sigue desprotegido.
La RBA conecta con los debates globales sobre renta básica universal,
pero traduce ese horizonte a la escala de lo cultural y lo común.
4) El tiempo de la urgencia
El colapso ecológico, la aceleración digital y la inflación de imágenes
han puesto a la cultura ante una pregunta esencial:
¿qué sentido tiene crear si el tiempo se agota?
Frente a la economía de la atención,
la RBA propone una economía del cuidado y del tiempo.
Es una inversión en pensar más despacio, en imaginar de nuevo.
5) Llamamiento
Porque la precariedad no es un fallo, sino un diseño.
Y toda estructura puede reprogramarse.
La Renta Básica para las Artes es una línea de código común:
abre espacio para el error, para el ensayo, para la imaginación.
“El arte no pide permiso: pide condiciones.”