La Renta Básica para las Artes en la era de la Inteligencia Artificial
Sostener las condiciones de la libertad
Por Daniel G. Andújar
I. Introducción: el arte frente al algoritmo
En un momento histórico en que la inteligencia artificial parece capaz de generar cualquier imagen, texto o sonido en cuestión de segundos, el verdadero desafío cultural ya no es producir más contenido, sino preservar la posibilidad de crear sentido.
La cultura industrial y la automatización algorítmica avanzan hacia la homogeneización: producen más, pero piensan menos. En este contexto, la Renta Básica para las Artes (RBA) no es una política asistencial, sino una infraestructura de resistencia.
Frente a la aceleración tecnológica y la precariedad crónica del trabajo cultural, la RBA se plantea como una inversión estructural para proteger la autonomía creativa y garantizar el derecho a la disidencia estética. No se trata solo de sostener la producción cultural, sino de asegurar la existencia misma de los espacios donde la sociedad puede pensarse críticamente.
II. Precariedad como censura estructural
La precariedad económica no solo empobrece al artista: es un mecanismo de control político. En un sistema que castiga la inseguridad con la invisibilidad, la libertad creativa se convierte en privilegio. Quien no puede pagar el alquiler difícilmente puede permitirse ser incómodo. Quien depende de convocatorias institucionales o de la aprobación de comités para sobrevivir, mide cada palabra, cada gesto, cada crítica.
Por eso afirmo que la precariedad es la censura invisible de nuestro tiempo. No necesita decretos ni persecuciones: basta con mantener al creador al borde del abismo económico para que renuncie voluntariamente a su independencia. En este sentido, la Renta Básica para las Artes no compra conformismo, compra libertad. Financia el tiempo improductivo, la espera, la investigación, la posibilidad de decir no.
III. La RBA como política de disidencia financiada
La RBA subvenciona lo que el mercado penaliza: la experimentación, la crítica, la diferencia. Frente a un mercado que valora lo reproducible, la RBA invierte en lo no replicable, en lo que no puede ser automatizado por la IA. Es una política que redistribuye el riesgo, que permite que más cuerpos —feminizados, racializados, periféricos— puedan ocupar el espacio de la ruptura.
He escrito antes que “el privilegio de romper” no está al alcance de todos. La historia del arte celebra la transgresión, pero solo quienes disponen de un colchón económico o simbólico pueden asumir el riesgo de fracasar. La RBA corrige esa desigualdad, democratizando la posibilidad de romper, de ensayar, de disentir sin desaparecer.
IV. Inteligencia Artificial y la crisis de la mímesis
La IA generativa ha puesto en crisis la idea de originalidad. Su lógica es la de la reproducción infinita, la del remix automático de lo existente. En ese contexto, el arte humano debe moverse en otra dirección: hacia la invención de lo invisible, lo impredecible, lo no cuantificable.
Paul Klee escribió que “el arte no reproduce lo visible; lo hace visible”. Ese principio debería guiar la política cultural de nuestro tiempo. La IA puede replicar estilos, pero no puede producir experiencia. Puede imitar formas, pero no intenciones. La RBA garantiza el tiempo y la seguridad necesarias para hacer visible lo que el algoritmo no puede imaginar.
El arte financiado por la RBA no compite con la IA; la desafía. No busca eficiencia, sino profundidad. No optimiza lo existente, sino que inventa las preguntas que la tecnología no sabe formular.
V. El Reparto de lo Sensible en la era del dato
Jacques Rancière entendía la política como una disputa sobre qué se ve, qué se oye y quién tiene derecho a hablar: el reparto de lo sensible. La IA, entrenada sobre datos del pasado, tiende a reforzar el consenso y la hegemonía de lo ya visible. Sin políticas de intervención humana, el futuro digital será un espejo amplificado del pasado.
Aquí la RBA cumple una función decisiva: financiar lo que rompe el consenso, sostener las voces que no caben en los datasets del presente. Frente al orden algorítmico —el nuevo orden policial de Rancière— la RBA garantiza la producción de aquello que desborda el modelo, lo que incomoda, lo que no tiene etiqueta.
VI. La RBA como infraestructura crítica en tiempos de IA
La llegada de la IA redefine el concepto mismo de política cultural. Ya no se trata solo de financiar museos o exposiciones, sino de asegurar la continuidad de la inteligencia humana frente a la artificial.
La RBA es una infraestructura crítica porque mantiene viva la capacidad humana de acción, en el sentido arendtiano: el poder de comenzar algo nuevo.
Hannah Arendt distinguía entre labor (subsistencia), work (obra) y action (iniciativa fundadora). La RBA permite trascender la labor de la supervivencia y alcanzar la acción: el espacio donde el artista actúa en libertad, crea sentido y reconfigura el mundo.
VII. Más allá del subsidio: hacia una economía del uso
La RBA abre también la posibilidad de repensar la autoría y la propiedad. Si la subsistencia está garantizada, el artista puede liberar su obra del fetichismo de la escasez y explorar modelos de circulación abiertos, licencias compartidas y retornos sociales.
En la era de la IA, donde los algoritmos extraen y monetizan datos culturales sin retorno, la RBA puede ser el primer paso hacia un nuevo contrato cultural:
licencias recíprocas, trazabilidad de datasets, retribución por entrenamiento algorítmico y modelos públicos de IA entrenados con corpus consentidos.
El valor ya no se medirá por el precio del original, sino por la intensidad de su uso social.
VIII. Conclusión: sostener las condiciones de la libertad
La Renta Básica para las Artes no es una utopía; es una necesidad estratégica en el siglo XXI. Garantiza el derecho a la creación en un tiempo en que la creación misma corre el riesgo de ser absorbida por la automatización.
No es una ayuda al artista: es una inversión en soberanía cultural. En un mundo gobernado por infraestructuras invisibles —plataformas, algoritmos, corporaciones tecnológicas—, el arte sigue siendo el último territorio donde se puede cuestionar el poder sin intermediarios. Pero ese territorio necesita ser sostenido.
La RBA es la defensa última de lo humano frente a la automatización del sentido.
Es una política que financia la posibilidad de imaginar.
Y sin imaginación, no hay democracia que sobreviva.
Nota: Todos los textos de esta sección se publican bajo licencias libres (CC BY-SA 4.0) y forman parte del repositorio abierto de la Renta Básica para las Artes (RBA-E).